martes, 17 de abril de 2012

Mi peluquerida



Al menos una vez por semana tengo una cita inamovible en mi agenda: ir a la pelu. Si hay raudal voy en bote, si hay marcha campesina les regalo tierra para que vuelvan a su valle y me liberen las calles, si hay procesión o desfile voy en carroza. Se puede caer el mundo, pero jamás de los jamases y nunca de los nuncases falto a mi cita. Cuando dejo de ir por motivos de fuerza mayor (que como se imaginarán son poquísimos) mi pelo se reciente, mis uñas se resquebrajan y mi paz interior se ve saboteada por el EPP.

Es que para toda mujer, su peluquería es mucho más que eso. Es un santuario, un espacio perfecto destinado a nuestra transformación y reinvención. Es un lugar donde junto con el baño de crema para reparar las puntas se nos nutre también el alma. ¿Qué no me creen? ¿Qué estoy exagerando? Si dudan de mis palabras es porque todavía no encontraron su peluquerida. Encontrar a la peluquerida (Léase: la peluquería perfecta, aquella con la cual nos casamos hasta que la muerte nos separe) es el equivalente a encontrar la paz interior. Créanme que ni el Dalai Lama con toda su inmensa sabiduría podría acercarlas tanto a la paz interior como su peluquero de confianza. Es más, las mujeres que nos encontramos a nosotras mismas en la peluquería no dependemos de los libros de Jorge Bucay ni Paulo Coelho para alcanzar la felicidad. Lo hacemos ojeando Hola o HC mientras Luján Halley, la fantástica joven manos de tijera, nos reinventa el look. 

Cuando encontramos la peluquería perfecta se crea un vínculo inquebrantable, al punto que preferimos cambiar de marido antes que de peluquero. Tu peluquero de confianza debe ser mucho más que un estilista. A la par de lograr el brushing perfecto y el peinado que encuadre tu rostro a la perfección, debe ser tu asesor de imagen, consejero sentimental, gurú sexual, psicólogo, nutricionista, estetista y chismógrafo. Mi peluquero de cabecera, Alexei, además de todo lo anterior es personal trainer, enfermero y partero CERTIFICADO! Ellos dan toda una nueva dimensión a la palabra multitasking. En menos de una hora, no sólo salimos con la melena de la Bundchen, sino también nos hemos informado de todos los últimos acontecimientos sociales, nos hemos liberado del stress, desahogado de nuestro último quebranto amoroso, desarrollado la estrategia a seguir en nuestra batalla con alguna chirusa de turno, y conocido el secreto para vencer a la celulitis. Y como si esto no fuera poco, llevamos como combo, bien dobladito en la cartera, el papelito con el nombre del último producto de SEDAL co-creations garantizado por nuestro peluquero en devolver a nuestra cabellera el esplendor perdido. Si mi peluquero lo recomienda, yo lo compro, porque nadie sabe de pelo como un peluquero. ¡He dicho!

Para completar el paquete. Todas las mujeres salimos de la peluquería con una sonrisa (salvo las amargadas y santorós para quienes no hay peluquería ni peluquero que les calce) ¡Y pensar que entramos taaaan opacadas y salimos taaaaan regias! Por lo general ingresamos con la cara larga, ojeras hasta el polo sur, y un caso de bad hair day tan serio que parece que llevamos un caniche mojado sobre la cabeza. Ni bien entramos ya nos salta espantada nuestra cosmetóloga de cabecera gritando: “¡Dioooos míooo nenaaaaa que te pasóooo! Tenés todos los poros dilatados, el cutis hecho una suela de zapato y tu nariz parece una frutillita de tantos puntos negrooos.” Si, la sinceridad de los expertos en belleza es tremenda y hasta brutal. Pero se les perdona por el sencillo hecho de que todas sus críticas vienen acompasadas de una solución. NO hay problema estético que ellos no estén plenamente capacitados para solucionar o disimular en menos de una hora. Antes de que podamos largarnos a llorar ya estamos echadas sobre una camilla con una mascarilla súper híper mega ultra hidratante de baba cascarón medula y feto de caracol en la cara, y para matar dos pájaros de un tiro la cosmetóloga de paso ya nos conectó electrodos a cada centímetro de nuestro cuerpo mientras nos hace un masaje de pies para desestresarnos. ¡Ni un médico de ER podría actuar tan rápido atacando a tantos frentes al mismo tiempo!


A los 45 minutos ya tenemos el cutis radiante y dos centímetros menos de cintura. Nuestra alma empieza a entrar en sintonía con el santuario estético capilar. Pasamos al lavado. No hay nada mejor en EL MUNDO que lavarse el pelo en la peluquería. Además del masajito capilar está el hecho de que a pesar de usar el MISMO shampoo que usamos en casa nuestro pelo siempre termina más limpio y más brilloso. 

Si estamos depre no hay nada como un cambio de look para sacarnos de este estado deplorable. No sé porqué, pero el hecho de reinventar nuestra cabellera nos hace sentir como si nos estuviéramos reinventando a nosotras mismas. Cuando decidimos hacerlo tenemos dos alternativas: corte o color, ambas igualmente efectivas para hacernos sentir renovadas, frescas, jóvenes y fantásticas. Lo fundamental es caer siempre en el sillón del profesional indicado. Con la colorista y con el corte NO SE JODE. Naaaada de ir a una pelu perdida buscando un mejor precio.  Tu cabellera se merece un mejor trato. Te vas a las mejores y punto. Que no sea que por tacaña termines: A) con rubio de modelo cachaquera o corte de futbolista de segunda división; o B) con el pelo quemado hasta las raíces y un corte que parece haber sido hecho por tu hija de tres años.
 
Como yo soy rubia natural, no suelo teñirme el pelo. Pero mi tía Catalina, que es una blonda muy digna (porque no todas las rubias teñidas lucen aquel rubio natural tan digno que sólo una buena colorista puede lograr) JURA y REJURA sobre la tumba de Whitney Houston que prefiere cambiar de ginecólogo antes que de colorista. Es que las coloristas son las alquimistas de la pelu. Sólo ellas manejan la mezcla perfecta de TU color.

Yo le tengo pánico a las agujas, pero más miedo le tengo a las tijeras en manos equivocadas. No hay peor cosa que pedir que te corten las puntitas y encontrarte con que te hicieron el sopísima corte de Victoria Beckham. Recuerden siempre que el pelo tarda en crecer y nuestro clima no da para pelucas. Yo sólo me dejo cortar el pelo por el estilista cuyo nombre está en el cartel o su mano derecha consagrada por su talento. El nombre de un buen estilista corre de boca en boca y como son más difíciles de encontrar que plata yvyvý cuando nos pasan el dato del estilista del momento lo ATESORAMOS. No hay nada mejor que cambiar de look con el estilista del momento ya que es el más agiornado y la autoridad máxima en lo que respecta a la dignidad capilar. Lucir un teñido o corte vulgar o mal hecho es el equivalente capilar al suicidio social. En la dignidad de tu corte un ojo entendido podrá distinguir perfectamente QUIEN estuvo detrás de las tijeras. 

Hoy en día nuestras peluqueridas nos ofrecen un sinfín de opciones para transformarnos. En un par de horas podemos pasar de un carré renegrido a una cabellera de supermodelo eslava. O de unos rulos salvajes al liso perfecto de Sedal. Yo, por mi parte, puedo asegurar QUE VI LA LUZ cuando conocí el alisado. ¡Finalmente mi cabellera fue domada por un producto que tal cual ninja asiático le dio un estate quieto a mis rulos rebeldes!

Mis idas a la peluquería no están completas sin un spa de manos y pies mientras me peina mi regio Alexei. Este es el momento en que nos enteramos de tooooodo lo que pasó desde aquí hasta Tanganica, y todo eso mientras tomamos un cafecito y hacen lo más parecido a un milagro con nuestro pelo. Es que los peluqueros, no hay caso, SON NOMÁS CARISMÁTICOS.
Cuando una sale verdaderamente se siente transformada como por un milagro divino. Resulta imposible de creer que salimos sintiéndonos taaaan bellas por dentro y por fuera, renovadas, distendidas, reafirmadas, mimadas, queridas, divertidas, reanimadas y reinventadas. En un mundo donde todo tiende a opacarnos: que el stress, que la humedad, que la polución, que la mala onda, que la crisis, que el payé, tener un santuario ajeno a toda la mala vibra como lo es una buena peluquerida NO TIENE PRECIO. 


Sarah Burton: Tras la sombra de McQueen



La actual directora creativa de Alexander McQueen, al asumir las riendas de la marca en mayo de 2010, tuvo que demostrar al mundo que sería capaz de seguir los pasos del genial enfant terrible de la moda quien había tomado su propia vida hacía tan sólo tres meses.

Al igual que McQueen, Sarah nació en el seno de una familia británica numerosa y se formó en el “Central Saint Martins College of Art and Design” de Londres, Inglaterra.  Antes de empezar la carrera se encontraba indecisa entre perseguir una carrera en la moda o una en Bellas Artes. A último momento optó por la carrera de Diseño Textil. En 1996, cuando cursaba su tercer año de carrera, su tutor, Simon Ungless, amigo cercano de McQueen, le consiguió una entrevista para una pasantía en el atelier de Alexander McQueen. Fue entrevistada por el mismo McQueen, quien le preguntó todo tipo de preguntas absurdas como si creía en los Ovnis. Sarah causó una buena impresión y empezó a trabajar en la compañía como pasante. 

Al graduarse en 1997, Sarah fue contratada oficialmente como asistente personal de Alexander McQueen. Para el año 2000 ya era nombrada cabeza de la línea de womenswear, aunque siguió asistiendo a McQueen hasta su precoz muerte en 2010. En todo este tiempo que trabajó como mano derecha de McQueen lo ayudó a crear prendas para Michelle Obama, Cate Blanchett, Gwyneth Paltrow y Lady Gaga y fue una figura clave en su equipo de diseño.

Tras el suicidio de McQueen en febrero de 2010, el grupo Gucci, dueño de la marca, confirmó que la marca continuaría. Como era de esperar, Sarah, quien ya se había ganado su lugar en la compañía como una de las principales colaboradoras del difunto diseñador, fue nombrada como nueva directora creativa. Jonathan Akeroyd, presidente y CEO de Alexander McQueen, dijo al momento del nombramiento de Burton que estaban “encantados de que Sarah haya estado de acuerdo en asumir el rol de directora creativa. Habiendo trabajado al lado de Lee McQueen por más de 14 años, ella tiene una profunda comprensión de su visión que permitirá a la compañía mantenerse fiel a sus valores intrínsecos.” En gran medida, gracias a la seguridad que daba a los dueños de la marca el gran conocimiento que tenía Burton sobre la visión de McQueen, el grupo tomó la decisión de mantener la marca y apoyar a su nueva directora creativa.

En entrevistas, Burton admitió que sustituir a McQueen representó una situación muy intimidante para ella, asegurando que ella pensaba que no sería capaz.  Al comienzo Sarah pensó que no sería capaz. Su primer pensamiento al enterarse de la muerte de su amigo fue que la marca moriría con él, que no habría forma que existiera sin él. Declaró a la Vogue británica: “Yo pensaba: ¿de qué manera comenzaría a trabajar? La mente de Lee era tan distinta a la de cualquier otra persona. Sabía que no había manera de que pudiera pretender ser él; pero tuve que preguntarme a mí misma, ¿para qué trabajó tanto Lee? ¿Para que todo esto se cierre? Pensé en lo que quería. En lo que era mejor para mí. Como muchas mujeres de mi edad pensé, quiero tener hijos, pero luego me di cuenta que esta no es una razón para no asumir un desafío. Al final decidí lanzarme y poner lo mejor de mí.”

La diseñadora tenía bien en claro que no pensaba imitar a su mentor. Para su primera colección para McQueen en Septiembre de 2010, ni siquiera se propuso imitar sus desfiles llenos de teatralidad. Ella sabía que ese era territorio exclusivo de Lee McQueen. No podía pretender ser él, debía ayudarlo a perpetuar su legado, su visión, pero siendo fiel a ella misma.

Burton no sólo asumió un enorme desafío. Alexander McQueen era un diseñador que se había ganado la reputación de genio desde sus primeras colecciones. Su temprano deceso había sorprendido a toda la industria de la moda quien ya lo veneraba en vida y tras su muerte había empezado un verdadero culto a su memoria. Sarah no solo debía ganarse el respeto de la industria de la moda, también debía rendir tributo a su gran amigo, perpetuando su sueño y su legado. Y para empeorar más aún la situación, debía hacerlo en medio del gran dolor que le generaba su pérdida. Sarah y Alexander habían sido amigos muy cercanos.
Tras su muerte, Sarah declaró: “Era un hombre tan adorable… Era tan importante para mí. Uno sólo quería hacerlo feliz, cuidarlo. A pesar de que sentía que yo lo protegía, ahora siento que él era quien me protegía a mí.” 

Su conocimiento del estilo de McQueen, su talento como diseñadora y su compromiso con el legado de su gran amigo rindieron sus frutos. Su primera colección “solista” para McQueen en París fue elogiada por todos. Con ella Sarah rindió tributo a la estética dramática de su mentor, pero agregando detalles más femeninos, que en cierta medida atenuaban la teatralidad de los diseños de McQueen. Al respecto de su primera colección Burton puso en claro que habiendo trabajado tantos años para McQueen, ella también había dado su aporte a aquellas colecciones anteriores de McQueen. No pretendía borrar el estilo de McQueen empezando con una tabla rasa. Eso sería también como borrar algo de ella. Sarah declaró a la prensa” Siempre habrán esos elementos de McQueen, pero al mismo tiempo, uno nunca puede mantenerse quieto y se debe ser fiel a uno mismo. Esto es lo que Lee me inculcó: a poder defender mi trabajo.”

Sarah es la primera en afirmar que McQueen fue quien le enseñó todo lo que sabe de diseño. Al respecto afirma: “Todo lo que se lo aprendí aquí. Si uno no sabía cómo hacer algo, Lee te hacía asumir el desafío, enseñándote cómo hacerlo o dejándote para que aprendas cómo hacerlo por tu cuenta.”

Tras su primera colección, se ganó la aprobación de toda la prensa especializada como heredera de McQueen. Incluso los amigos cercanos de McQueen, como la excéntrica Daphne Guinness, siempre apoyaron el nombramiento de Sarah Burton, pues sabían que al trabajar tanto tiempo al lado del genio, había adquirido algo de su genialidad. Además ellos sabían que McQueen hubiera estado muy conforme con ella como sucesora. Ella había aprendido todo lo que sabía de él.

Pero sin lugar a dudas, su mayor reconocimiento tras tomar las riendas de la marca se lo dio la familia real británica en Abril de 2011. No se trataba de un título ni de una condecoración, sino del gran honor de encargarle el diseño del vestido de novia de Catherine Middleton, para su boda con el príncipe Williiam de Inglaterra, futuros duques de Cambridge. Durante meses la prensa había especulado sobre quien se encargaría del diseño del vestido de la que sería la boda de la década. Se habían barajado los nombres de los principales diseñadores del mundo. Muchos libraron una verdadera batalla por conseguir el encargo. Sin embargo, la elegida fue Sarah Burton, quien aún no había cumplido un año al frente de Alexander McQueen.

Los ojos del mundo se centraron en ella y le dieron su aprobación al ver los exquisitos trajes que había diseñado para Kate Middleton (el traje de novia y el traje de la fiesta) así como el traje de dama de honor creado para la hermana de la novia, Pippa Middleton. Sobre esta experiencia, la diseñadora aseguró: “Fue la experiencia de una vida y disfruté cada momento del proceso. Fue un honor tan grande ser encomendada con esta tarea y estoy tan orgullosa de lo que creamos junto al equipo de Alexander McQueen. Me encanta que el vestido represente lo mejor del artesanato Británico. Los diseños de Alexander McQueen se caracterizan por unir contrastes para crear prendas bellas e impactantes y espero que al maridar géneros y encajes tradicionales con una estructura y diseño moderno creemos un vestido hermoso para Catherine para el día de su boda.”

Su siguiente reconocimiento llegaría de parte de la industria de la moda. El 28 de Noviembre de 2011, Sarah Burton fue nombrada Diseñadora del Año en los British Fashion Awards de 2011. Colección tras colección, Burton se ha ganado el respeto de la crítica especializada y ha sido aclamada por los diseños que ha creado tras la muerte de McQueen. Gracias a ella la marca continúa creciendo y las ventas siguen manteniéndose firmes, demostrando que la clientela de McQueen también confía en su talento. Todos sabemos que no es fácil crecer a la sombra de un gigante. Sin embargo, Sarah Burton ha demostrado con creces, que con dedicación, respeto y conocimiento se puede hacerlo.